Medusa



Me doy un pasón de azúcar glass pensando que es cocaína o algún otro psicotrópico. No puede ser tan efectivo, pero al menos me hago ilusiones de que me estoy desenamorando, sintiendo el amor sin estar enamorado, como dicen en el Diablo Guardián. Y me voy despacito hacia el respaldo del sillón como un moco líquido, mientras mi cabeza da vueltas hasta destornillarse de mi cuerpo.

Yo me doy cuenta que vuelo, que me voy lejos, nadando por la cortina de aire, me voy hacia la nada y a todas partes; veo que alguien llora, pero que otros hacen el amor desenfrenadamente y en la sala de una casa, dos adolescentes se ponen la ropa ansiosamente porque la familia ha llegado de repente. El azul del cielo me recuerda cuando ves películas en la televisión y se nos refleja la luz o algún rayo fastidioso que se afana en salir a cuadro; yo creo que eso es lo que llaman fantasmas, pero ve tu a saber, a lo mejor es el efecto del azúcar a punto de bajar.

Estoy aquí volviendo de aquél camino y le quiero gritar al mundo que es una porquería, que allá arriba... bueno allá es arriba y se acabó la nube como los algodones de azúcar que se atoran en los cables de luz o en la cabeza de las señoras nerviosas, que nunca caen en las manos de un niño o una niña, sino cuando ya es demasiado tarde para que lo disfruten.

Y así estoy por un rato hasta que la flama del azúcar se agote en mi cerebro o hasta que me de la gana ir por unos gansitos.


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