El Catrín


<<Esto es un asalto!>>
Dijeron las redes sociales del pueblo; aunque se les olvidó mencionar el día, la hora e incluso el cómo. Sin embargo, a esas alturas ya era un rumor que acabó colgado en Twitter y terminó por convertirse en trending topic.

Ya antes se anduvieron con habladas que igual fueron dignas de hacerse virales, pero no habían pasado de ahí.

En una ocasión, este rancho sin costa inundó las redes sociales con un tweet acerca de un temblor con tsunami que nunca ocurrió, aunque aquella vez todo acabó en casi un milagro, cuando el fervor de la gente renació tras un ataque de histeria y miedo colectivo que la puso a rezar de rodillas en el atrio de la iglesia, justo donde los ciudadanos parecían reunirse para atestiguar desgracias.

Despuesito, alguien usó el WhatsApp para venirnos con el chisme de unos robachicos vinculados al Cártel del Océano; sin embargo, las cosas no pasaron de tres linchados en el atrio de la iglesia, quienes cayeron en manos de una turba enardecida, luego de que los agarraran en el kiosco con las manos en la masa, o más bien con los ojos en las nalgas, porque los sorprendieron en actitud sospechosa mientras miraban con frenesí a la esposa del alcalde, justo cuando aquella escultura hecha mujer dejaba caer sus celestiales piernas sobre los adoquines afuera del banco para bajar con sus hijos desde la Suburban blindaje nivel 7 que trajeron de Las Vegas.

Por si las dudas, los emprendedores nietos de la familia Reyes Modesto se fueron al otro lado por cargamentos enteros del cartucho .38 Super Automatic y los pusieron de moda entre la gente del rancho que tenía su Colt M1900 empolvada; desgraciadamente, nadie había tomado en cuenta a esas víctimas colaterales que acabaron con el cerebro explotado por un defecto de diseño que hacía incompatible ambos artículos. Algunos otros audaces consiguieron su M1902 o algo más modesto en el mercado negro, donde también eran populares las cachimbas elaboradas con tubo galvanizado y mucha, mucha imaginación; a esas alturas, la cuenta de víctimas colaterales se disparó y acabó por reventar la capacidad de la morgue municipal, donde los cadáveres de la gente pobre parecían cobrar vida mientras se movían como títeres tripulados por gusanos.

Los pocos que consiguieron una Colt M1911 y M1911A1, entre ellos la gente de los Reyes Modesto y los matarifes del alcade, corrieron con mejor suerte, aunque acabaron por cosechar una o varias almas durante su aprendizaje.

A nadie se le ocurrió que esta vez todo fuera a convertirse en un hecho concreto, aunque la verdad es que ya traían varios simulacros encima y solo bastaba que algo detonara esta realidad, por eso las cosas se salieron un poquito de control cuando el alcalde retwiteó el asunto del robo, en un arranque de inspiración. Para no hacer el cuento largo, los del periódico local retomaron el tweet como un mensaje divino, en unos de esos días que parecen vivirse dentro de otra dimensión, como si se hubiese detenido el tiempo y no pasara nada realmente importante en esta realidad paralela.

Unos 2 o 3 párrafos le bastaron a Ricardo Reyes, el único nieto de aquella familia que sospechosamente se rebeló a su destino en el mundo de las armas y se aventuró a entrar como becario de periodismo digital, cuyas palabras retorcieron el rumbo del pueblo hasta acabar por borrarlo del mapa, con todo y su cochino alcalde, cuya credulidad e ignorancia detonaron la chispa de un cañón mediático que apuntaba directamente hacia cada habitante, como si aquél tweet fuese una profecía autocumplida que acabaría por convertirlo todo en el nuevo panteón municipal.

-Tú que estás joven, ya debieras estar preparado. ¿A poco así nomás vas a dejar las cosas? Yo llevo años esperando a que todo esto se ponga más feo y no dejaré que nos maten a todos de rodillas, nada más porque los hombres de aquí ya no tienen huevos o los tienen todos ponchados de no usarlos.

Todos los días pasadas las 12:00, llegaba El Catrín con su bolsa de papel bajo el brazo y se sentaba en la butaca verduzca de cobre que estaba sobre la única coladera que había en el atrio de la iglesia, donde misteriosamente no llegaba el hedor de las cañerías viejas; apenas se instalaba en aquel lugar, un rictus de entusiasmo y nerviosismo se dibujaba en su rostro, como un mago que estuviera por hacer su mejor truco, con esa sonrisita de quien guarda una sorpresa que está por escaparse de su interior o de ese paquete que cargaba celosamente desde su casa hasta las inmediaciones del banco, donde alguna vez estuvo a cargo como gerente de seguridad.

-Yo no tengo nada que perder; esos cabrones del cártel se llevaron mis mejores años, mientras me la pasaba allá adentro cumpliendo mi condena, así que da igual si me voy o me quedo sin hacer nada, porque la humillación iría acompañada de mucha agonía. ¡Que me agarren de pie o yo acabaré yendo por ellos!

La rutina del viejo Catrín iba acompañada del mismo discurso y era como otra de esas señales de alerta que ignoramos hasta que el desastre ya está muy adentro como para hacer algo.

Los del noticiero local hicieron tanto ruido que acabaron por vender la primicia del asalto a los de TV Olmeca, quienes llegaron al pueblo ya entrado el medio día, a la misma hora que El Catrín tenía por costumbre irse a sentar enfrente del banco y poner su misteriosa bolsa de papel estrasa sobre la butaca de cobre verduzco que da justo a las puertas del local.

La televisora comenzó un reportaje lastimoso como es su estilo y aprovechó la historia retorcida de El Catrín, quien respondía al nombre de Emanuel Reyes Modesto y
cuya carrera en el banco inició desde abajo, con labores de mandadero y espía hasta ocuparse de asuntos poco menos turbios; para su mala fortuna, había perdido su puesto por un error tan humano como ajusticiar a unos secuestradores que acabaron siendo familiares del gobierno en turno y desde entoces, aquél personaje se instalaba ahí enfrente con su traje color azul marino, sus zapatos puntiaguos y su gorra del mismo color como un uniforme autoimpuesto, un traje de gala que lo mantuvo a la espera paciente de su momento de gloria, su oportunidad de oro para regresar del ostrasistmo politizado.

Poquito después llegaron los de Telenoticias, quienes decidieron llevar a sus mejores actores y locutores para enfundarlos en una suerte de disfraz compuesto de pasamontañas, chamarras, lentes oscuros, guantes y gorra, según ellos para pasar desapercibidos y realizar su cobertura lo más apegado a los hechos; sin embargo, ya todos sabíamos que su verdadero plan era realizar un montaje. Los vimos minutos antes de la desgracia, cuando cruzaban el puente a la entrada del pueblo, el mismo conjunto adornado con varios arcos y un letrero que les da la bienvenida a los de afuera.

El Catrín tomó su misteriosa bolsa de papel estrasa que no soltaba nunca y esperó todavía más cerca del banco, poquito después del atrio, donde había estado sentado en aquella butaca color verde como la ceiba tiernita. Apenas estaba por llegar a la entrada, se persignó y manipuló en dos segundos aquel paquete sospechoso que tanto celaba, logrando que desde su interior salieran varios disparos justo c
uando algún sospechoso estuvo asomado en la zona.

Los vidrios volaron y justo nos dio tiempo de encontrar resguardo entre esa nube de disparos, mientras nos arrastrábamos a la entrada del pueblo.

Adentro del banco, los matarifes del alcalde giraban hacia todos lados con sus Colt M1911 y una sub ametralladora Heckler & Koch MP5, mientras la mujer de aquel corrupto funcionario se arrastraba sobre el piso como cualquier otro humano, tan igual a los demás que alguna vez miró por encima del hombro; sus rostros tenían ese aire aturdido de los conejos bajo el rayo fulminante de una escopeta a tres palmos de sus ojos, cuyo reflejo luce un rojo encendido por la dilatación de las pupilas, donde el presentimiento de la muerte se proyecta y carcome desde el alma hasta los tejidos, como si la huesuda tuviese esa capacidad de ir desmontando la vida desde que nacemos.

Ahí estaban también el narco del pueblo y sus sicarios, con el cuerpo incendiado de adrenalina combinada con las pastillas de fentanilo que acababan consumir, tal como lo señaló el informe forense. Por cada poro de su piel se destilaba el miedo, sorpresa y rabia, «¡Cómo era posible que algún maldito se atreviera a apuntarles desde afuera y nadie en este pueblo de mierda le haya puesto el dedo!
«.

Aquello solo era el comienzo de una lluvia, o más bien, una tormenta de plomo, con varios sospechosos alrededor, cuya vestimenta iba del inverosímil traje Swatt hasta el cliché del sicario a sus tiernos 14 años que se viene a pelear la plaza con la contra.

Cualquiera lucía sospechoso, incluso el curita con look de piporro que fue a dejar unos dólares y aprovechó la vuelta para estrenar su Smith & Wesson Model 10, con la cual acabó llevándose al infierno a un grupito con pinta de estaca que se hizo a un lado en la entrada del banco y seguramente venía también con ese par de malandros con pasamontañas, quienes llegaron al pueblo seguidos de unos camarógrafos de Telenoticias.

Lo peor de todo era esa gente del CDO, el CJVG y esos desertores del grupo Los Betas dándose en la madre sin saber por qué, sin más explicación que el haberse juntado en ese lugar, donde todos iban a para dejar la remesa; era increìble el desmadre que las voces invisibles de Twitter habían generado en toda la región.

A lo lejos, el polvorín de aquél pueblo se fue combinando con el ruido de fusiles Barrett M82 y parecía no dar tregua, como si alguien quisiera asegurarse de que todos acabaran hechos picadillo para dar paso a un panteón que años más tarde ocuparía cada palmo de esa tierra.

Las cosas se pusieron peor cuando vimos pasar las camionetas artilladas del ejército con una Barrett M82 A1 sobre el toldo, las cuales se metían al centro del pueblo y desde ahí desfilaban en los corredores que hay entre las casas, donde la gente se escondía para no convertirse en víctima. A final de cuentas, todos eran sospechosos hasta que se comprobara lo contrario o acabaran tan fríos como un bisteck.

-El número que usted marcó está fuera del área de servicio; le sugerimos llamar más tarde.
Para colmo de males, el alcalde había tenido la ingeniosa idea de interceptar las señales de los equipos telefónicos, aunque en su afán solo acabó por empeorarlo todo y dejó al pueblo incomunicado. Las cosas se hubieran quedado así, a no ser porque recordó que sus hijos se habían quedado en la Suburban blindaje 7, estacionada a las afueras del banco; así que fue momento de <<activar el operativo de las fuerzas especiales para poner paz en este desmadre>>.

El comando especializado viajaba en dos "camionetas muy discretas" con vidrios polarizados, llantas a prueba de bala y armadura artesanal, muy al estilo de los vehículos que hacía unos meses habían sido incautados al Cártel del Océano, como si aquél detalle los hiciera invisibles al resto de las partes involucradas, entre ellas los marinos que patrullaban en una Sandcat y dos estacas del Cártel de Jalpa Vieja Generación que acabaron por reventarles varias descargas de sus Cincuenta Ligero.

El asunto del banco era una reacción en cadena y amenazaba por convertirse en una versión latina de la bomba hache que alguna vez destruyó pueblos enteros, especialmente cuando el equipo especial se arrastraba debajo de un fuego cruzado que había comenzado poco después de que su discreto operativo fuera frustrado sobre la calle principal, a unos metros de la Suburban del alcalde.

-Sí Denisse, las cosas se salieron de control y en este momento me confirman que la fuerza aérea ya está por llegar.

Un tipejo disfrazado con pasamontañas se descubrió el rostro y sacó un pañuelito blanco que lo colocó sobre el trípode de la cámara sostenida por su compañero, quien se aplicaba un torniquete arriba de la rodilla, mientras utilizaba sus últimos momentos de lucidez para transmitir la nota, como si se tratara de un reporte del clima.

En el cielo, el aire se puso gris y se saturó de un zumbido que llegaba hasta las orillas del pueblo, suspendido en aquella atmósfera caliente con olor a pólvora, como si aquello fuera una versión terrenal del infierno. En cualquier minuto, la paz armada retornaría, siempre y cuando lo decidiera el ejecutivo en turno.

La mala fortuna del alcalde acabó por joder las cosas de ese rancho maldito, cuando aquel funcionario de cuestionada carrera tuvo una revelación y puso en claro sus ideas, tras descubrir que el verdadero culpable de todo era un personaje anónimo del atrio, con ese superpoder de hacerse tan invisible como los adoquines o el aire acondicionado del banco, capaz de estar en todos lados y tenderle trampas al mismo demonio. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

En un parpadeo, el acalde abrió Twiter desde su celular y descubrió que el autor original de la masacre ficticia era un personaje de carne y hueso, tan humano como para cobrar venganza por todos esos años de encarcelamiento. Las horas de angustia tenían rostro y apellido, aunque en realidad todos los conocieran como el viejo Catrín de traje azul con zapatos de punta y su misteriosa bolsa de estrasa.

Con todo eso a cuestas y como un ejercicio de honor propio, el alcalde salió de su búnker sin que nadie lo viera y recorrió las calles hasta un pasadizo secreto cercano al prostíbulo del pueblo, desde donde había hecho recorridos con sus amantes hasta una coladera ubicada en el atrio, justo debajo de la butaca verduzca donde comenzó todo este desmadre; ese mismo lugar, donde El Catrín había estado sentado hasta la fecha.

A pesar de todo ese rencor que el acalde se llevó guardado junto a las tres balas .38 super que acabaron en su estómago, nada fue suficiente como para dar con El Catrín; tampoco se supo nada de los fondos públicos ni de las remesas millonarias que los señores del crimen estaban por depositar aquel día, aunque meses más tarde el pueblo volviera a convertirse en trending topic tras una balacera donde murieron dos americanos que venían a investigar el lavadero de dinero, el cual se había gestado con la construcción del nuevo panteón, cuyos ingresos pusieron en duda la honestidad de su origen, aun cuando la historia del pueblo le diera sentido a todo.

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